De maldiciones y casualidades

DeMaldicionesYCasualidadesLa mañana es gris y la lluvia amenaza con oscurecer, aún más, el panorama, como casi siempre en la ciudad de Londres. Afuera, un silencio de luto, tan notable que si alguien quisiera hablar, sus palabras se ahogarían en la tristeza y morirían sin ser escuchadas. Adentro, un vacío tan estrepitoso, capaz de chuparle el sonido a todas, y cada una, de las letras que el abecedario nos regala para poder expresarnos en la cotidianeidad.

Con profunda desazón, abre el diario y se dispone a leer como sus sueños de felicidad se desmoronan ante la estupidez ajena y humana. Guarda en su bolso toda esa mezcla de bronca y desesperación, preparándose para viajar imaginariamente hacia un futuro mejor, más tranquilo. Prende la tele, y precipita su dedo al control, tratando de llegar a los dibujos animados, sin respiro alguno. Allí, no hay realidad cruel, sólo mundos de fantasía impenetrables. En escena, un perro algo mal dibujado, poco parecido a los que abundan en el globo, es perseguido por el fantasma de Ramsés, último rey de Egipto, y su maldición.

 

Eso es Aaron Ramsey, un perro en el mediocampo del Arsenal. Corriendo a todos y a todo, con el único objetivo de hacerse del balón. Luego, ejecuta a la perfección su libreto: elegancia en el pase y la conexión con los compañeros. No necesita más, así llegó a hacerse un nombre entre los mejores. Ahí está su magia, lejos de la popularidad de los goleadores o la notabilidad de los lujosos. Su hábitat, su área de confort. Sin embargo, podríamos ser sinceros con nosotros mismos: ¿A quién no lo conmueve la emoción de un grito de alma, la algarabía de un pase a la red? Nadie es capaz de resistirse a la piel de gallina, cuando la pelota se balancea sobre las redes y que cubren al arco, estallando en un ruido característico del placer.

 

Él tampoco. Por eso es que cada vez que le toca convertir uno, lo toma como el máximo esplendor y belleza de la vida. Más aún, en memoria del sufrimiento y las desmotivaciones que le costaron el camino hacia el lugar que lo encuentra ahora, lejos de las críticas. A pesar de todas estas bonitas palabras, hay un lado macabro ante cada linda historia de triunfo. Cada mirada al cielo es una directiva. ¿Quién será esta vez?, se preguntaron el nueve de enero, tras la victoria ante el Sunderland (3 a 1). Al día siguiente, el galés de 26 años marcó las tapas de los diarios con su festejo, en un pequeño recuadro en el margen izquierdo, mientras el mundo llora en primera plana la partida del músico, David Bowie.

 

No fue, ni será, la primera de las víctimas. Steve Jobs, Whitney Houston, Paul Walker, Robin Williams y la lista sigue… Ramsye hace un gol, una especie de justicia divina, más allá del bien y el mal, actúa en el lapso de tres días (rápida como pocas) y una celebridad se inmortaliza en el recuerdo de sus fanáticos. Supongo que así funcionan las maldiciones, infundiendo pánico entre las víctimas e irrigando de dolor a los malditos.

 

También, así funcionan las casualidades. Alguien hace un gol entre los millones que se convierten semana a semana. Algunos salen en todos los medios de comunicación, otros sólo quedan grabados en la memoria de quienes lo presenciaron. De la misma manera, tenemos que lamentar la muerte del  ser querido de alguien, todos los días puesto que el ciclo de la vida, nunca en la historia se le ha dado por tomarse vacaciones. Pero todos somos de esta manera, el mundo se alimenta de mitos y leyendas, de conspiraciones y noticias amarillentas. Las estadísticas reúnen más fieles que un iglesia en pleno domingo.

 

Suena duro. Las redes sociales se hacen eco y centenares de hipócritas escupen falsos pésames al mundo, lamentando una vida a la que jamás tuvieron acceso o de la que no saben nada. A penas, un puñado de lágrimas sentidas que velan, realmente, la partido de un amigo (si es que la fama le dio lugar a tal situación) o de algún familiar (en caso de que la riqueza y el reconocimiento no haya corrompido la humildad del día cero). La vida que sí conocen los veladores seriales, es la que ellos viven los 365 días al año. La de ganarse el mango, la de los esfuerzos y los sacrificios.

 

En un reducto, mucho más pequeño que el universo de internet, pero con gente mucho más sentida, hay personas que le dieron la espalada a su estómago. Despilfarraron varios días de trabajo en una entrada a un mísero partido de fútbol. Para ellos, un gol es un llanto de emoción, una escapatoria a las miserias de la vida. Esto puede más que cualquier lágrima de tristeza, no hay maldición, no hay casualidad. Algunos se atreven a llamarlo La Felicidad.

 

*Si Aaron Ramsey no fuera un puto volante central, si no un delantero de raza con olfato goleador. Es muy probable que todos estuviéramos muertos, pero al menos estaríamos muertos de felicidad.

~ por Federico J. Vera en 14 enero, 2016.

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